Dirigida por el francés Pierre Tsigaridis (Two Witches), Traumatika es una pequeña y maliciosa bestia fílmica, desmesurada y furiosa, que lleva al máximo los niveles del cine de posesión sin miedo alguno a revolcarse en un tapiz de clichés. Y precisamente ahí radica su acierto: en esa voluntad absoluta de ofrecer una experiencia de terror total, cruda y frontal, sin pretender reinventar el género. La historia es clásica, sí, pero está filmada con una auténtica rabia cinematográfica, un montaje nervioso y un sentido del ritmo implacable. Todo ello al servicio de un festín de horror visceral al estilo Fulci (sangre, pústulas y vísceras), que también sabe tomarse el tiempo de hacer crecer la tensión y la angustia cuando es necesario. En el corazón de este caos, Rebekah Kennedy —una actriz con una filmografía tan larga como un brazo gangrenado— ofrece una interpretación estruendosa, oscilando entre la maldad, el terror y una perturbadora fragilidad. Ella encarna la esencia purulenta de este forúnculo cinematográfico hinchado al máximo, listo para estallar y derramarse sobre nuestras pupilas, a la vez frágiles… y ávidas.