Con un pitch así, es imposible no enamorarse al instante de esta reinterpretación contemporánea del mito de Frankenstein en modo delirio bis atronador. Una improbable y deliciosa farsa social, donde el cine de explotación más regresivo convive con un discurso pertinente sobre la degeneración moral de un mundo salvaje en cuyo centro, como en los escritos de Mary Shelley, deambula una criatura pervertida por los vicios de su creador y de su entorno. También hay una escena en la que unas trabajadoras sexuales adictas al crack explotan una tras otra en un diluvio pirotécnico, y eso sí que no aparece en los escritos de Mary Shelley.