Esta joya de terror australiana bebe del slasher, del torture porn e incluso del cuento de hadas para dar vida a un guion loco que no le teme a nada, y mucho menos a los cambios de tono. Ben O'Toole está fabuloso, la puesta en escena es inspirada. En resumen, es divertida, violenta, imprevisible e incluso conmovedora: un pequeño milagro sobre una pata que logra todo lo que se propone con una insolencia maravillosa.